El huevo de Pascua es una tradición gastronómica relacionada con la Semana Santa católica, pero su origen pasa por diversas culturas y creencias en las que el huevo era una forma de desear prosperidad y fertilidad. La decoración del huevo de Pascua tiene su origen en la Edad Media, cuando se consideraba este alimento como carne y su prohibición de comerla durante la Cuaresma, por eso se cocían y se pintaban para diferenciarlos de los frescos y poder comerlos en la Pascua de Resurrección. En los pueblos eslavos, la tradición de pintarlos se llama písanka y utilizaban la cera caliente para hacer dibujos que después pintaban de diferentes colores según el significado que quisieran darle.

Otra explicación es la de que era una ofrenda para la diosa de la fertilidad Astarté, adorada por fenicios, asirios y babilonios. Se ha mantenido esta costumbres en el tiempo e incluso se crearon huevos ornamentales para la aristocracia o clases con mayor poder adquisitivo, como los huevos Fabergè, un tesoro ruso concebido por los joyeros como regalo de Pascua de los zares de Rusia y también conmemorativos de nacimientos u ocasiones especiales; eran un total de 69 huevos, aunque después de la Revolución Rusa se perdieron en su mayoría.

Pero incluso la tradición va mucho más atrás en el tiempo, desde la Edad de Hielo, en donde la llegada de la primavera traía consigo a las aves y la posibilidad de alimentarse con sus huevos.

El huevo en sí tiene muchos significados, desde religioso a pagano: se dice que contiene el alma o que es un símbolo de fertilidad o de un resurgir a una nueva vida. Lo cierto es que, a parte del simbolismo, el huevo es un alimento ampliamente consumido en el mundo y en la época de Pascua se asocia a dulces, como la mona de Pascua, aunque es diferente según la zona geográfica y en los lugares donde es una especie de bollo con un huevo duro en el centro se relaciona con la llegada de la primavera y la cosecha, y el diezmo que se entregaba a los señores feudales en forma de panes y huevos.