Es innegable el interés que el Antiguo Egipto ha suscitado siempre en diversas épocas. Ya sea por su arquitectura o sus costumbres y creencias, existen preguntas y teorías, algunas tan inverosímiles como relacionarlos con extraterrestres, lo que demuestran que aún no están al descubierto todos los secretos de Egipto.

Las pirámides, con sus intrincados pasadizos y laberintos para evitar que los ladrones de tumbas pudieran acceder a los tesoros con los que enterraban a las principales personalidades, han sido estudiadas e investigadas, pero lo que más ha provocado la admiración y asombro es el tema de los sarcófagos y las momias.

El descubrimiento de la tumba de Tutankamón por Howard Carter, del que hace poco se ha celebrado el centenario, no fue solo un avance arqueológico. La muerte del promotor de la expedición seguida por otras más dio origen a la maldición de Tutankamón: una venganza por haber profanado el descanso eterno del faraón. La leyenda había comenzado. Pero no era la única: los misterios de una civilización tan avanzada como enigmática habían calado en las sociedades occidentales con toda suerte de hipótesis fantásticas, y el polvo de momia era uno de sus ejemplos.

Se tienen registros de que era utilizado desde el siglo XII por la realeza. Se consideraba el polvo de momia como una sustancia con poderes curativos: dolor de muelas, hemorragias, catarros. Disuelto en vino o mezclado con cera o vaselina se le atribuían propiedades casi milagrosas. Se convirtió en un lucrativo negocio para los saqueadores de tumbas que proveían de material a las boticas europeas. Su repercusión fue tal que incluso en la época victoriana era normal entre miembros de alta sociedad realizar reuniones en las que, como atracción principal tras la cena, se cortaba un trozo de momia y se molía ante los ojos de los invitados entre los que se repartía después el polvo obtenido.

Nunca hubo estudios que demostraran las bondades del polvo de momia, y sí muchos detractores de su empleo para tratar problemas de salud. La realidad es que su fama se debió a un error gramatical: las vendas de las momias estaban recubiertas por «mummia», unas resinas especiales que protegían y mantenían la momificación; de ahí la confusión, extrapolando a la momia, en general, las sustancias beneficiosas de esa resina.

Aunque parezca algo macabro e insólito, no dista mucho de las actuales campañas en las que nos ofrecen sustancias desconocidas para curar enfermedades o recobrar la juventud. En cualquier caso, si de nuevo el polvo de momia se pone de moda, seguro que podemos encontrarlo por internet, aunque no tenga propiedades curativas ni sea de momia. O quizás nuestro cerebro se deje engañar por el efecto placebo y de repente nos veamos más jóvenes o más bellos.